Caigo, inevitablemente caigo. Como la lluvia, que perfuma de
húmedo el recuerdo nostálgico del melancólico. Caigo como desamparado, como víctima de este
frío noviembre que me ha congelado el alma.
El movimiento, el mismo movimiento que desapareció a
Heráclito y a los cuarenta y seis mil millones de espíritus efímeros que le sucedieron, ahora me
pasea en su carruaje hacia el destino incierto, que bien podría estar abajo o
arriba por más que me parezca que caigo. Así caigo.
Un atardecer es efímero pero ante las puertas de lo eterno
es lo último y lo único. No puedo evitar sonreír al pensar que antes de
lanzarme del peñasco imponente que decora el paisaje de esta playa que me vio
crecer, pensé que lo había visto todo. Pero ¿Quien pude decir que ha visto un
atardecer caer hasta la muerte, como ahora en mis últimos momentos, lo digo yo?
Paolo Grimaldi
No hay comentarios.:
Publicar un comentario