lunes, julio 15, 2013

La Gula

No tenemos reloj, pero eran casi las seis de la tarde y todos estaban reunidos en la mesa preparados para el festín, aunque quizá deba aclarar a quién me refiero con "todos". Estaba nuestra vecina doña Luisa, el sastre Benjamín, las hermanas Jiménez amigas de Lucía, prima de Benjamín; el cura, mis siete hermanos, mi hermanita adoptiva (la que encontramos el año pasado a eso de Noviembre, a punto de morir en la quebrada) mi mamá, la tía de mi mamá, mi papá, la amante de mi papa, el esposo de la amante y el hijo de la amante de quién todos conocen el padre (menos su esposo), que para los usos que aquí nos interesan llamaré mi noveno hermanito. Estábamos todos reunidos en punto, a la hora y con ruido en la tripa. Juan Teodoro el jefe de mi papá, le regaló ayer, por ocasión de su cumpleaños, una hermosa gallina que hoy será banquete de guajiros.
            Salivando y a punto de abalanzarnos sobre la olla estábamos, cuando de pronto se levantó el cura (le llamo así porque no recuerdo su nombre) y nos dijo, a tono de sermón, las siguientes palabras: Hermanos míos, la gula, como el santísimo Tomás de Aquino nos ha explicado, es un pecado que merece la muerte. Como tal, aunque no he sido invitado a esta apreciable celebración (para ser sinceros ninguno fue invitado), me he sentido llevado por el más noble sentimiento de piedad a salvaros de la muerte, repartiendo como se debe nuestro sagrado alimento.

Bastará decir que repartió tan bien que nos hemos tenido que conformar con la agüita del caldo.

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